¡Cuánto terror produce andar sobre todo aquello que no podemos ver!
¡Qué doloroso ver de un golpe de vista todo aquello que ignorábamos!
Aguas del inconsciente,
¡Aventurarse temerariamente a la caminata imposible es el llamado que ejerces sobre mi desconcierto!
Esa frágil y pequeña barquita del yo, que anda a la deriva de olas y vientos. Como un adormecido tripulante me llené de inquietud al ver al audaz que se sumergía en el mundo de lo no sabido, y se alza luego sobre él.
Y reconozco a mi bestia, y a mi cobarde, y a mi salvaje vincular. Y son las marejadas que me llenan de espanto y me hacen hundir.
¡Oh, que magnetismo produce alguien así!
Lo vi acercarse hacia mi frágil barquita y me lancé sin más a caminar por sobre mi mar de inconsciencia.
Di unos pasos, ¡Valiente! Pero a cada paso sucumbo al terror.
¡Qué empresa arriesgada!
El loco caminante previamente se había quedado solo, subido al monte de la contemplación a hacer silencio y a ver.
Luego el internarse en el mar fue su acto seguido.
Nada romántico, nada glamoroso, nada amable, nada de olor a sahumerio ni música de cuencos.
La tarea es titánica, y andar sobre esas aguas que ocultan todo lo que no sabemos de nosotros mismos es arriesgarse a hundirse a cada paso.
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