miércoles, 5 de octubre de 2022

Las imperfecciones de Dios


 


Hasta el propio Dios sufre sus inseguridades y cae en las seducciones del tentador; la desgracia de Job es testigo de ello.


Pero él es más débil que nosotros, porque se ilusiona con hacerse a sí mismo en nuestro derrotero. Y nosotros ya sabemos que no tenemos remedio. 


Y no tiene nuestros ojos, nuestra fragilidad, nuestra fugacidad, nuestra mezquindad ni nuestra grandeza. No necesita meditar sobre qué hacer con el escaso tiempo que tenemos. Por eso le guardamos algo de lástima al pobre y Silencioso Solitario.


Conmovedoramente humanos, lo recibimos gustosos en nuestra mesa, en las tareas del día, en nuestros entierros y dolores, en nuestras victorias.


Le doy mis manos para lo que guste mandar, como se las doy a cualquiera que las necesite. Pero que él sepa que yo sé de sus flacuras. Y lo abrazo como a mis hijos, cuando creen que soy un boludo.


Pero con la Madre, esa Puerta de toda maravilla y misterio, la devoradora y la del abrazo abrumador… con esa no me meto.

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