martes, 1 de febrero de 2022

La expulsión de los mercaderes

 



Cuando comprendemos una verdad superior dejamos ya de detenernos y demoramos en verdades menores.


En el Camino a la Casa del Padre, a veces anduvimos con la convicción de que la fuerza y la capacidad de tolerar cargas como un torpe buey era el verdadero acceso para ser recibidos en sus brazos.


Y entonces soportamos todo tipo de cargas que solo entorpecían y hacían más pesado nuestro caminar.


Más adelante, la verdad de la oveja nos atrapó. Ser mansos, dóciles y muy buenitos fue nuestro método para que la puerta se abriera, y seguimos el camino a la casa paterna con nuestro impecable disfraz de santo. Hasta que nos asqueamos de nosotros mismos.


La pura espiritualidad fue la siguiente verdad que nos demoró. Aaahhh… la liviandad de la paloma, el Espíritu puro y total, al que nada del sucio mundo puede alcanzar.

Y así volamos de rama en rama y solo descendíamos para comer las migajas de antiguas y muy sagradas verdades espirituales que los viejos nos lazan en la plaza.


Y entonces la ambición de los cambistas y mercaderes se apoderó de nosotros. Y deseamos mostrarle a Él toda nuestra riqueza, y todo, hasta lo más santo se volvió un horrible comercio, un toma y daca, un cálculo de costo beneficio, de especulación, inversión y recompensa.


Pero de pronto recordamos. En algún alto del camino, mientras descansamos, desde la bruma de la memoria surge la amorosa comprensión de que lo que más puede amar un Padre es un hijo auténtico, que vive de acuerdo a su sentir, honesta y valientemente. Sin rendir examen.


Comprendida esa verdad mayor, toda búsqueda cesa, todo hacer-algo-para pierde sentido y deja de tener el más mínimo valor.


Nada mira un padre amoroso más que si el hijo es libre de seguir su corazón y lo que encuentra en su interior. Y así lo abraza y lo acompaña siempre, aún sin comprenderlo del todo tal vez.


Comprendemos al fin la Gran Verdad. Que el templo es nuestra consciencia de unidad con el todo. Los mercaderes son todas las trampas de separación que llevamos en nuestro interior.


Cuando el Hijo se encuentra con esta verdad superior, la del amor incondicional del Padre, del Supremo, del Todo, del Gran Misterio, que no reclama hacer-esto-o-aquello, y furioso por haber vivido engañado tanto tiempo, toma el látigo y sin concesiones expulsa a todos: bueyes, ovejas, palomas, cambistas y mercaderes, a todos los demoradores y distractores de las inmediaciones de la Gran Casa Paterna, no vaya que otros hermanos se pierdan por el camino, y no alcancen la puerta de entrada.

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