No hay mayor logro que el de quien renace siendo ya viejo.
Se vuelve como el agua y el viento, su andar es libre e impredecible, sin ataduras ni restricción. Reprobable por todo su gastado entorno estático y bien seguro.
Renacer de lo alto y así poder ver el Reino y sus maravillas.
Vivir de embriaguez en embriaguez, serena o alocada, cada cual a su sentir…
Los grandes eruditos no saben de estas cosas, ni los que viven enredados en las palabras, discursos y homilías que describen y analizan los misterios de Dios.
Los niños, los simples, los locos y los perdidos regresan al vientre de la madre y son re-paridos.
De las dos copas separadas hacen una sola gran jarra y beben profusamente en comunión con el gran despachador hasta la descomunal borrachera entre cantos, abrazos, declaraciones de amor.
Matar al anciano impiadosamente. Quien llega a viejo como un analista y separador sin alma de niño ha perdido el tiempo.
De microscopista a unificador.
Esta es quizás la tarea más importante que nos queda por hacer en los días que nos restan de esa triste duración que algunos llaman vida.
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