Salir de casa en la marea fuerte
es haber olvidado algo importante.
Cortar el junco con agua alta es
no haber sido previsor.
Un pescado podrido en un espinel
refleja la desidia del pescador.
La leña verde en la salamandra
dice lo abandonado del islero.
Una trampa puesta en verano solo
muestra la ambición.
Una red de cuadros chicos habla
de desprecio por el pan del agua.
Una casa hecha de postes bajos
hará que se remuerda la conciencia del dejado constructor durante una marea.
Arrastrar un bote en la bajante
es desesperación.
Muchos isleños juntos en un
muelle muestran que algo no anda bien.
Por eso al hombre que se acomoda
al Tao no se lo ve esforzarse, ni salir en los momentos inconvenientes, ni
buscando leña a las apuradas. Sin embrollarse
ni cansarse, nada deja de hacer. Ha sabido sintonizar con la corriente natural
de la isla, que le indica en silencio qué momento es para cada cosa. Si usted
tiene oportunidad de observar a este sabio, aprenderá sin que le hable una sola
palabra los secretos del no entorpecer el curso natural de las cosas
interviniendo torpemente con lo que el ego cree que es la verdad. El isleño que
se vale del Tao acalla su propio yo y deja hablar a la naturaleza con su honda
voz silenciosa. Ella, con un imperceptible guiño, si está atento, le indicará
el momento correcto.
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