El Tao se oculta detrás de las
pequeñas cosas ordinarias y cotidianas. Allí está, entre las flores que brotan
en los ciruelos cuando llega la primavera o en las mandarinas del invierno.
Nada entre el agua que corre siempre por lo más bajo. Está en el calor del
fuego que quema, en el frío del hielo o en que el sol aparezca cada mañana.
Detrás de estas obviedades duerme el Tao sin hacer absolutamente nada.
Flor de M'burucuyá, entre la paja brava de un bañado en el Delta del Paraná.
Su ausencia se refleja en el
silencio de un hombre despierto frente el barullo interminable de palabras
huecas y vanas que brotan de los labios de algún tonto o engreído. Una acción
torpe, inoportuna, porfiada y fragmentada denuncia la falta de Tao allí.
Se lo encuentra detrás de las
cosas obvias y ordinarias. No brilla, parece insulso, la verdad pareciera que no
tiene nada nuevo para decir.
El Tao está detrás de un pequeño
logro invisible, tras la correcta y hábil ejecución de una herramienta de
trabajo, en la concentración y seriedad de un niño al jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario