Afuera del
monte, allí están las playas. El río infinito de la Plata moja las patas del
junquero.
El Moncho
Carrizo le dice a su hermano: ¿Ve Cambá? Parece que cada junco es uno solo, que
viven separados, vidas paralelas, cada uno en su mundo. Ajá, respondió el
Negro, distraído, sentado en la proa de la canoa fumando un pucho.
¿Que no ve Cambá? El Moncho
Carrizo hizo un pozo con un pedazo de remo, una raya escapó ágilmente, y dejó
al descubierto el rizoma que mantiene unidos y nutre a todos los tallos de
junco que salen hacia arriba. ¿Ve Cambá? Por abajo, en lo secreto, todos somos
uno. Lo que pasa es que sólo los que están despiertos logran entenderlo. Nadie
es nadie solo. Los dormidos, crean fantasías, sueños, egos, importancias,
quediranes y razones. Siempre viven fuera de sí, nunca están en casa. Eso
vuelve a los hombres habitantes de mundos separados, individuales. Cada
encuentro entre hombres es el choque de dos absurdos universos inventados.
El sabio, el
despierto, ve la raíz, el rizoma que nos une a todos, el Tao que nos nutre,
contiene, y da vida. El que llega a saberse sólo un tallo que surge del rizoma,
se despierta de pronto, elimina su ridículo Ego, lo corre del medio y pasa a
vivir en la Unidad con el Todo. Y el que despierta, al fin ve que no hay
mundos, sino que existe sólo uno, el emanado del Tao, que fluye sin esfuerzo
ordenando en su inacción el cosmos entero.
El que se despierta, logra
zambullirse en ese concierto del que sólo somos una nota musical que lo integra
y entonces comienza una nueva vida para
él.
El Cambá asintió silencioso
mientras terminaba de cargar los mazos de junco. Luego, con sólo el rumor del
motor, y el del algún biguá que correteaba sobre el agua, volvieron al arroyo,
juntos.
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