martes, 7 de abril de 2015

Cuentos Taoíslas: La unidad por debajo

Afuera del monte, allí están las playas. El río infinito de la Plata moja las patas del junquero.




El Moncho Carrizo le dice a su hermano: ¿Ve Cambá? Parece que cada junco es uno solo, que viven separados, vidas paralelas, cada uno en su mundo. Ajá, respondió el Negro, distraído, sentado en la proa de la canoa fumando un pucho.

¿Que no ve Cambá? El Moncho Carrizo hizo un pozo con un pedazo de remo, una raya escapó ágilmente, y dejó al descubierto el rizoma que mantiene unidos y nutre a todos los tallos de junco que salen hacia arriba. ¿Ve Cambá? Por abajo, en lo secreto, todos somos uno. Lo que pasa es que sólo los que están despiertos logran entenderlo. Nadie es nadie solo. Los dormidos, crean fantasías, sueños, egos, importancias, quediranes y razones. Siempre viven fuera de sí, nunca están en casa. Eso vuelve a los hombres habitantes de mundos separados, individuales. Cada encuentro entre hombres es el choque de dos absurdos universos inventados.



El sabio, el despierto, ve la raíz, el rizoma que nos une a todos, el Tao que nos nutre, contiene, y da vida. El que llega a saberse sólo un tallo que surge del rizoma, se despierta de pronto, elimina su ridículo Ego, lo corre del medio y pasa a vivir en la Unidad con el Todo. Y el que despierta, al fin ve que no hay mundos, sino que existe sólo uno, el emanado del Tao, que fluye sin esfuerzo ordenando en su inacción el cosmos entero. 




El que se despierta, logra zambullirse en ese concierto del que sólo somos una nota musical que lo integra  y entonces comienza una nueva vida para él.

El Cambá asintió silencioso mientras terminaba de cargar los mazos de junco. Luego, con sólo el rumor del motor, y el del algún biguá que correteaba sobre el agua, volvieron al arroyo, juntos.



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