En la mañana, observa desde la
ventana, mientras prepara el mate, la altura del río. Otro día de agua alta.
Ese día, trabaja en la quinta, corta leña, arregla el casco del bote viejo.
Al día siguiente, otro amanecer
de río crecido. Sin titubear, el islero se encamina a terminar una changa de
pintura que se le había encargado pero que hubo que suspender por la lluvia. A
la tarde regresa cansado, manchado de colores. Alegre se da un baño, come en
familia, y descansa leyendo en el viento y el calor que al día siguiente habrá
bajante.
El próximo amanecer, el arroyo
despierta casi seco. Silbando toma mate, y sin perder tiempo, va a buscar a su
compañero y se dirigen hacia una casa vecina. Es el día indicado para clavar en
el lecho del río los postes del muelle que tenía encomendado. En el barro, con
leve esfuerzo calculado y prolijo, en un rato los dos hombres hincan los
piquetes que soportarán el muelle.
Apenas pasado el mediodía de
calor, el agua comienza a crecer rápidamente, pero con oportunidad, la tarea ya
está terminada. Vuelven cada uno a su casa satisfechos de su buena conexión con
el Tao.
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