domingo, 5 de abril de 2015

El agua baja y el muelle

En la mañana, observa desde la ventana, mientras prepara el mate, la altura del río. Otro día de agua alta. Ese día, trabaja en la quinta, corta leña, arregla el casco del bote viejo.



Al día siguiente, otro amanecer de río crecido. Sin titubear, el islero se encamina a terminar una changa de pintura que se le había encargado pero que hubo que suspender por la lluvia. A la tarde regresa cansado, manchado de colores. Alegre se da un baño, come en familia, y descansa leyendo en el viento y el calor que al día siguiente habrá bajante.

El próximo amanecer, el arroyo despierta casi seco. Silbando toma mate, y sin perder tiempo, va a buscar a su compañero y se dirigen hacia una casa vecina. Es el día indicado para clavar en el lecho del río los postes del muelle que tenía encomendado. En el barro, con leve esfuerzo calculado y prolijo, en un rato los dos hombres hincan los piquetes que soportarán el muelle.

Apenas pasado el mediodía de calor, el agua comienza a crecer rápidamente, pero con oportunidad, la tarea ya está terminada. Vuelven cada uno a su casa satisfechos de su buena conexión con el Tao.

El viento vira al sudeste, haciendo crecer el río como una gran inhalación del Delta del Paraná. 



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