No hay camino más alto que habitar hasta el fondo la propia vida, penetrando con pleno compromiso y atención la experiencia.
Siendo hijos del instante, no hay esto o aquello, y así se responde a lo que el momento requiere sin demorarse en el dualismo. Hacerse cero a la derecha, al servicio del Uno. Y abandonar la hartante responsabilidad, como quien se tira al solcito otoñal de la isla a ver el río pasar sin sentir que tiene el peso de conducir nada.
No hay debes y no debes si el Yo superior está al mando. El camino es claro y sin necesidad de decidir. Del Templo de las vanidades a la Taberna de los ebrios de Dios, si hay bifurcaciones, el conocimiento silencioso guía los pasos.
La sencillez es verdad.
Y nada verdadero que tenga que ver con el espíritu es complejo, adornado, extravagante.
La exageración es contraria al Camino.
Centrarse y decir no a lo exótico, no volverse raro y especial es un sendero más directo a tu corazón cierto que la práctica de cien rituales extraños que no puedes llenar de significado.
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