martes, 9 de agosto de 2022

No se

 Vislumbro una gran nobleza en quien se permite ser visto como un poco lerdo, simplón, en el que es capaz de revelar su no saber.


En quien puede salirse del adagio ricotero "Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón".


En jugarse la reputación de listo haciendo honestamente una preguntonta.


No es necesario ser siempre agudo, brillante, inteligente, de respuesta veloz y argumento filoso.


Toda convicción es una cárcel.

Sólo la duda tiene alas.


Y para dudar es preciso una buena cuota de humildad. Y un gran olvido de sí.


No la arrogante duda del escéptico suspicaz que se cree más vivo que los pobres crédulos, sino la humilde interrogación del que reconoce que no sabe.


Qué hermoso poder decir “¡no sé!”, aún a riesgo de quedar como el tonto de la colina que absorto, con su sonrisa boba ve al mundo girar y girar.


El que se las sabe todas carece de sorpresa, hay algo de definitivo en él, de final, de proximidad a la muerte.


En quien cabalga sobre su no saber hay mucho de deslumbramiento, de ojos abiertos, de camino por andar, de vitalidad, de conmovedora niñez.


Cada certeza es un pequeño final.

Cada ignorancia es un breve renacer.

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