martes, 9 de agosto de 2022

Por las orillas del mundo

 


Entre bosques, desiertos, tabernas, campiñas, playas y cavernas comprendió que su dojo de práctica, su templo y su meditación eran  todo momento y cualquier lugar.


Vio que los vínculos cercanos, la ruidosa feria del mundo y la ordinaria cotidianeidad eran las anheladas pruebas celestiales, el retiro y la práctica santa.


Por más que miró, jamás pudo hallar la línea que separa lo sagrado de lo profano.


Allí en los demás estaba el altar de las ofrendas: "Porque tuve hambre y sed y ustedes no me dieron de beber, estaba de paso y no me alojaron, desnudo y no me vistieron, enfermo y preso, y no me visitaron. Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con alguno de estos pequeños no lo hicieron conmigo".


Es ahí, si hay un Dios, tiene cara de otro.


Ya sabía que el que se distancia impolutamente de las simples alegrías del pueblo vive solo en su isla de pureza emocional y jamás logra la transformación en niño que es la llave para entrar al reino. 


Que quien se vuelve solemne y se percibe a sí mismo iluminado o despierto es un ciego dentro de un pozo de brillantez. 


Que quien construye su ermita lejos del corazón de los hombres muere de una beatitud desequilibrada sin haberse conocido a sí mismo, porque en el vínculo está la verdad de quienes somos, y los otros son la mayor enseñanza sobre nuestra verdadera humana condición.


Entendió que no hay más meditación que un eterno estar activo en la presencia, y no solo media hora sobre un safu peleándose con los pensamientos.


Andando las orillas del mundo pasa invisible por el discurrir del tiempo y su influjo es una fogata sobre la montaña, cuya luz es llevada por el viento hasta bien lejas comarcas.

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