De los miles de yoes hambrientos que habitan el interior, el único que posee los dones, el alimento que puede crecer y multiplicarse, es el niño.
“¡Aquí hay un niño que tiene cinco panes y dos pescados!”
“Hacedlos sentar”, dijo el Yo superior.
Y todos los yoes, tras el aquietamiento, luego de acallarse y no ir en los pensamientos más allá de la situación, pudieron ser saciados por el verdadero esencial.
Y el yo verdadero, aunado al niño, dejan pasar, Dejan que todo el gentío interno quede silenciado bajo su unidad.
Y al fin, lejos de tomar posesión del reino, se retira solo, a la montaña interior, a la vista de los que aún permanecen sentados.
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