Había pescado toda la noche oscura del alma.
Creía haber trabajado duramente.
Encallé mí barca en la orilla y empecé a limpiar y plegar mis redes inmerso en el profundo silencio del amanecer en el que todo se detiene y aquello que debe oírse se manifiesta.
Una voz de pronto dijo:
“Navega mar adentro, hondo, bien hondo. Anda ¡Suspende la incredulidad!
Echa las redes en lugares inesperados e insólitos, a la derecha de la barca.”
Comprendí que la derecha es el lado yin, oscuro, insondable, secreto e inconsciente.
Mi Yo tan lleno de importancia personal y orgulloso de su trabajo se resistía.
La voz insistió: “¡Suspende la incredulidad! ¡Navega otra vez mar adentro, bien adentro! ¡Las redes a la derecha!”
Cargué otra vez las redes, empujé la barca y navegué una vez más a lo desconocido.
Eché las redes en extraños y tenebrosos lugares. Y la pesca fue tan abundante que casi se rompían las redes y peligraba la estabilidad de la barca.
Silenciarse.
Oír la voz de la conciencia.
Suspender la incredulidad.
Obedecer a la voz.
Hacer de esto tu modo de vivir.
Bendito aquel que no se vuelve especial. Todo acercamiento a la comprensión acerca, no aleja.
Feliz aquel que en la orilla, a su regreso de la aventura interior, tiene un amigo
que como si nada hubiera pasado, espera con el fuego prendido y un vinito servido para compartir con él lo pescado.
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