Hay una dulce y eficaz armonía para la cual estamos llamados a jugar a favor.
De aquí que a veces actuar, muchísimas veces no actuar sea lo requerido. Es el gran arte secreto de los magos harapientos y errantes que guardan esa piedra preciosa en su regazo.
Parecen desorientados y holgazanes, pero tienen el tiempo del mundo en sus manos para hacer malabares.
Permitir al flujo natural de las cosas seguir su curso sin interferir desde nuestras pobres y limitadas ideas de cómo son y deberían ser los fenómenos con los que tratamos.
Ir a lo que pide el momento. Comer y beber despreocupadamente los días que nos sean dados bajo el sol sabiendo que el Gran Misterio siempre nos acoge.
Silenciarse e ir al recuerdo de si para luego olvidarse.
Saber cuándo intervenir para cortar demasías,
Conocer el punto justo en el que ya es suficiente,
Entender que toda exageración es contraria al camino.
Y que casi todo, casi todo, no es más que vanidad y correr tras el viento.
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