La vida está plagada de contradicción y paradoja.
El paraíso de los lógicos y coherentes es una imaginaria cinta asfáltica infértil y sin vida, donde todo es línea recta, un bronce oxidado y un dedo para señalar.
¡Qué olor a arrogancia despiden los que exigen coherencia y convicción!
Qué fuerte y vital fragancia impregnan a su paso las almas de niño, capaces de la risa y el llanto, la dulzura y la rabieta, de poner la otra mejilla y de echar a patadas a los mercaderes del templo, mientras navegan el río de la vida auténticamente viva, y que han sacrificado en el altar la seria y gris ecuanimidad.
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