viernes, 28 de enero de 2022

Susurros del Evangelio. Las bodas de Caná

 



“¿Qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”.


En el camino interior que crece y se orienta hacia el exterior, muchas veces no asumimos que el lugar que debemos ocupar ya está maduro, y es nuestro destino ir hacia él.


Nuestra consciencia ordinaria se resiste a perder su lugar de tranquilidad y quiere desentenderse del asunto. No implicarse. 


Pero no existe sendero espiritual verdadero que no se manifieste en la acción. Por los frutos se conoce al árbol.


Una voz antigua, primordial, como una madre salvaje empuja las condiciones para que nuestra consciencia superior actúe y asuma su sitio.


Una madre misteriosa que confía y lanza al hijo al abismo para que despliegue todas sus potencias a pesar de su negativa.


Esa fuerza descomunal a la que es imposible resistirse impele al yo verdadero a abandonar todo titubeo y apocamiento y lo lleva a dar el salto transformador.


Existe un poder arrollador en quien ocupa su lugar. Estamos absolutamente implicados en nuestra evolución. Siempre “tenemos que ver”.

Y quienes están a nuestro alrededor son alcanzados por esa fuerza como obedientes siervos.


Todo está listo, quien es transmutado, transmuta alquímicamente su realidad. Cuando es la hora, es la hora.


Y lo que estaba vacío es llenado.

Y el contenido insulso es transformado en vino.


Y entonces es digno de celebrarse,

La fiesta de la Plenitud de una esencia verdadera desplegada,

Del agua convertida en vino,

De la total embriaguez de quien ha asumido su tarea, 

De las bodas entre lo que creíamos que éramos y lo que somos de verdad.

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