Dicen los astros que soy bastante torpe al lidiar con las cosas del mundo.
Sin saber que pesaba sobre mí esta sentencia he tenido que aprender otros caminos que a muy pocos satisfacen.
Jamás pude sentarme a matear amigablemente con los asuntos que hacen suspirar a los sueños del hombre y lo impulsan a ir tras las cosas que va.
A veces fantaseo con el viaje al oeste de Lao Tsé, dejar unas pobres y parcas palabras y que el tiempo las engrandezca o que el viento las disperse antes de la disolución.
Otras veces imagino batallar contra todo lo que me induce La Gran Náusea, transmitir lo que encuentro en mis desiertos y cuevas y morir al fin en una cruz, Incomprendido para siempre.
Yo no sé cómo acoplarme a este loco tren llamado humanidad.
Un puñado de maravillosos compañeros y compañeras se llegan y golpean la puerta de mi vida por insondables y supradimensionales motivos, y me salvan de morir de solitario desconcierto.
Y abro gustoso, y descorcho el vino de la unión y el olvido para convidarlos y agradecer.
Entre esta pequeña comunidad de desencajados estoy en casa, y a salvo.
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