Un hastío capital por los que la tienen tan clara,
Temeroso por esos que andan siempre listos para una quema de brujas y herejes,
“Podrido de perros flacos que ladran pa no aburrirse a los volidos de un pájaro”, dijera el Pampa de Huanguelén…
Incapaz ya de oír a los que tienen pronta respuesta para todo y que jamás de los jamases aparentan desconcierto.
Su seguridad me encandila, y yo en mi insignificante y pequeña vida conservo el aspecto de un tonto e ignorante.
Los convencidos,
Los buenos y justos,
Los del lado correcto,
Los que la tienen sobradamente clara,
Los que tiran la primera piedra,
Los coherentes.
Mis pasos me conducen al silencioso retiro de las orillas y confieso mi total azoramiento por los vaivenes de los asuntos del mundo.
Con aspecto embobado permanezco en la sombra mientras observo como todos brillan, se confirman a sí mismos y se palmean mutuamente la espalda.
¿Tal vez en ese boliche de la esquina haya alguien despierto? ¡Sirva una ginebra tabernero!
¿Quizás encuentre a alguien apesadumbrado de dudas que quiera callarse un rato conmigo?
Puedo soportar igual las fuerzas antagónicas; cedo, como me han enseñado, y continúo mi tránsito por el sendero que un día tomé.
Me gustan las postas inciertas, los albergues pasajeros donde entre irresponsables nos entendemos y compartimos ese tecito santo que abre el corazón y disuelve toda dualidad.
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