Desde el umbral de mi humilde pensión contemplo pasar el corso de muchos de mis personajes.
Ellos me miran e invitan a seguirlos.
Como el “squenun” de camiseta que filosofa desganadamente en silencio los dejo ir con displicencia y sin rechazo.
Se asombran de que esta vez no los siga, alzan los hombros y continúan a pasito murguero.
Algo superior, que pareciera no ser enteramente de aquí se aloja adentro. O quizás ya estaba y brota desde allí al quitarle tanta mugre de encima. Cuando ya le vemos las espaldas a nuestros disfraces, que de tan viejos y gastados producen algo de pena y saudade, nos quedamos más tranquilos y en verdadera soledad y silencio.
Prendo un humito de incayuyo, el día llovizna y está algo callado. Observarse y rectificar la conducta no parece un mal aporte a este alocado mundo.
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