La verdadera fuerza de la vida elude las palabras,
Que sin embargo son comprendidas por quien ya no está él ahí al sumergirse en la vastedad del todo.
Y sin ser del mundo, deambula vagando libre y tranquilo por él tocando todos los vericuetos de la vida cotidiana con la suavidad de una caricia hecha con una delicada pluma de colibrí.
Sin sacro y profano,
El vino y el amor,
La feria y el templo,
El fútbol y la erudita cátedra,
La cama ardiente y la grosera risotada.
Sin esfuerzo, naturalmente,
El agua del río sube, inunda los terrenos y besa las patas de los humildes ranchos isleños,
Y a las horas se retira callada,
Sin reclamar ninguno de los frutos de su benéfica fecundación.
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